El poder del silencio en la oración: aprender a escuchar a Dios

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Vivimos rodeados de ruido. Notificaciones, pendientes, voces, incluso nuestras propias preocupaciones internas. A veces, cuando oramos, también llenamos el espacio con muchas palabras… y sin darnos cuenta, hablamos tanto que no dejamos espacio para escuchar.

Pero, ¿y si una parte vital de la oración no fuera hablar, sino guardar silencio?

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” — Salmo 46:10

Ese verso parece una pausa. Un susurro divino que nos invita a detenernos y escuchar. No a pedir, no a resolver, no a impresionar a Dios con frases bonitas… solo a estar.

El silencio también es oración

Nos han enseñado que orar es hablar. Y sí, orar es abrir el corazón, clamar, interceder. Pero también es respirar y esperar. Jesús mismo, en muchas ocasiones, se retiraba solo al monte. Y aunque la Biblia no siempre nos dice qué decía, sí nos muestra que estar en silencio con el Padre lo fortalecía.

“Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar” — Marcos 1:35

¿Y si ese lugar solitario también estaba lleno de silencio? ¿Y si parte de la oración de Jesús fue solo estar con el Padre, sin necesidad de palabras?

El silencio nos afina el alma

En el silencio, muchas veces, Dios nos muestra cosas que no veríamos con el ruido. Nos revela intenciones, nos da paz, nos confronta con amor. Pero para eso, necesitamos soltar el control y confiar.

“Guarda silencio ante Jehová, y espera en Él” — Salmo 37:7

No es un silencio vacío. Es un silencio lleno de presencia. Es como cuando estás con alguien que amas y no necesitas hablar para sentirte cerca. Así es con Dios.

Practicar el silencio: un acto de fe

Quedarnos callados ante Dios no siempre es fácil. Nuestra mente quiere resolver, entender, llenar espacios. Pero practicar el silencio en oración es decirle a Dios:

“Confío en que Tú sabes, incluso cuando yo no entiendo. Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

“Después del fuego, un silbo apacible y delicado…” — 1 Reyes 19:12

(Así escuchó Elías la voz de Dios: no en el terremoto, no en el viento, sino en ese susurro suave).

Una invitación para hoy

La próxima vez que ores, haz una pausa. Tal vez después de hablar, quédate en silencio. Respira. Espera. No estás solo. A veces, la respuesta de Dios no viene en un trueno, sino en una calma que llena el alma.

Hagamos esta Oración breve:

Señor, enséñame a escucharte. Dame paz para callar, y fe para esperar. Habla en mi silencio. Amén.


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